Cristina Wilhelm

Los hábitat orgánicos de Javier Senosiain

In Periodismo on 31 agosto 2009 at 5:47 PM

Por Cristina E. Wilhelm

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Vivimos tiempos en que la ética medioambiental, más que una virtud, es una necesidad. De allí el desarrollo de corrientes como la arquitectura orgánica, que cuenta con genios como Frank Lloyd Wright o Antoni Gaudí. México alberga a un talento que desde los ochenta ha apostado al respeto del entorno y al empleo de las formas de la naturaleza como fuente de inspiración, convirtiéndose en uno de los grandes nombres de la bioarquitectura contemporánea.

Las ciudades “modernas” son colosales imperios de concreto, vidrio, acero y asfalto. Al transitar las calles de cualquier capital da la impresión de que los edificios hubiesen devorado ese terreno, que miles de años atrás fuera un vasto campo, lleno de tierra y verdor, que exhibía con naturalidad los acentos de su relieve. La arquitectura ha construido un entorno artificial, haciendo de las formas geométricas las preponderantes. Lo curioso es que en la naturaleza, salvo escasas excepciones, difícilmente encontramos una línea recta.

El hombre de las cavernas se valió de las formas de la naturaleza para crear espacios habitables. Sin embargo, desde la Antigüedad se hizo presente una tendencia hacia la búsqueda de la perfección geométrica de las estructuras, hacia alejarse de las formas naturales, que alcanzó su máxima expresión en construcciones como las pirámides de Egipto. Por eso sorprende encontrarnos, en pleno siglo XXI, a un arquitecto como el mexicano Javier Senosiain, cuya obra es un claro manifiesto de los principios de sustentabilidad, que mueve a la reflexión y a la búsqueda de las raíces: “El ser humano no debe desprenderse de sus impulsos primigenios, de su ser biológico. Debe recordar que él mismo proviene de un principio natural y que la búsqueda de su morada no puede desligarse de sus raíces; es decir, debe evitar que su hábitat sea antinatural”.

Javier Senosiain apuesta por la armonía. Es un practicante de la arquitectura del respeto. Su propia vivienda, construida en 1985 y bautizada como la Casa Orgánica, es un gran jardín que en ocasiones revela ventanas que conectan el interior con el exterior. La fachada se desdibuja en la espesa vegetación y asume la forma del terreno donde fue construida. El recorrido interior es un curvilíneo mosaico de túneles ondulantes, que se convierten en piezas del mobiliario interno. El segundo cuerpo de la casa es conocido como El Tiburón, área donde se ubican los baños, donde el agua cae siempre en su forma natural: en cascada. Pareciera que describimos una construcción de la imaginaria ciudad de Piedradura.

Esta tendencia armónica de la arquitectura no es novedad. El maestro Frank Lloyd Wright (1868-1959) fue quien acuñó el término “arquitectura orgánica” y uno de sus grandes precursores. Su obra bandera es la Casa Fallingwater en Pennsylvania, edificada en 1935 sobre una roca, encima de una cascada donde la familia que la habitaba solía hacer sus reuniones campestres. Qué mejor ejemplo que Gaudí, quien abrazó las líneas curvas convirtiendo a Barcelona en una capital arquitectónica. Igualmente, el teórico David Pearson creó lo que se conoce como la Carta de Gaia de la arquitectura y el diseño orgánicos, que dice: “El diseño debe: 1) Ser inspirado por la naturaleza y ser sostenible, sano, conservativo, y diverso. 2) Ser inspirador. 3) Revelar, como un organismo, el interior de la semilla. 4) Existir en el ‘presente continuo’ y ‘comenzar repetidas veces’. 5) Seguir los flujos y ser flexible y adaptable. 6) Satisfacer las necesidades sociales, físicas, y del espíritu. 7) ‘Crecer fuera del sitio’ y ser único. 8) Celebrar la juventud, jugar y sorprenderla. 9) Expresar el ritmo de la música y de la energía de la danza”.

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Sin lugar a dudas, la arquitectura orgánica es una ejercicio que bien puede cautivar o ser rechazado. Pero indiscutiblemente es una válida propuesta plástica, que dibuja paisajes emocionales en medio de las llamadas “selvas de concreto”. El empleo de materiales orgánicos permite la construcción de edificaciones económicas, acordes con principios bioclimáticos, que reducen el impacto de agentes contaminantes y dan cabida a extensas áreas verdes, fuentes de oxígeno y de vida. Aún los académicos más conservadores deben admitir que la Bioarquitectura, término que define la obra de Senosiain,  crea ambientes de ensueño que marcan el camino de regreso a ese mundo donde el hombre se integraba al mítico Edén, tomando lo que necesitaba de su bíblico paraíso, y haciendo innecesaria la existencia de palabras como caos o exterminio.

© Publicado originalmente en la edición 38 de la revista Tendencia Maracaibo

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