Por Cristina E. Wilhelm
INTRODUCCIÓN
Cuando un filósofo hace literatura es inevitable que su línea de pensamiento se transfiera a la identidad de sus personajes. Seres imaginarios cobran vida a través de la palabra escrita y se transforman en una suerte de marionetas filosóficas que validan las conclusiones a las que ha llegado un pensador. Así, luego de leer El Segundo Sexo (1949) de Simone de Beauvoir y conocer sus ideas sobre el papel de la mujer frente al hombre a lo largo de la historia, es natural encontrar en su nouvelle Las Bellas Imágenes (1966) a los personajes que hilvanan este relato, donde la acción se mantiene en un plano secundario, para dejar el protagonismo a los estados mentales de una mujer que cuestiona constantemente su entorno.
La mente existencialista de de Beauvoir da origen a una historia existencialista. Laurence, una publicista francesa, se llena de ansiedad al sentirse la personificación de los anuncios publicitarios de la agencia para la cual trabaja. Su belleza, su vida perfecta, sus hijas adorables, su exitoso esposo, su madre envidiable y hasta el amante que la mantiene satisfecha, más que símbolos de felicidad son para ella imágenes vacías que crean la ilusión de felicidad, gracias a un elaborado disfraz de falsa perfección. A través de estas imágenes, la autora muestra la hipocresía del modelo burgués y demuestra que, aunque el hombre esté rodeado de champaña, caviar y caros muebles italianos, no puede saciar la sed existencial, no puede obviar la muerte, no puede evadir el sufrimiento, no puede controlar las contingencias del mundo en el que fue arrojado y abandonado, como cualquier otro mortal.
Resulta interesante comparar un ensayo filosófico y una novela del mismo autor. Pareciera que al hacer cada pieza, quien escribe adoptara una personalidad narrativa diferente. Sin embargo, los paralelismos salen a relucir y es muy ilustrativo identificarlos. La literatura cobra una ventaja sobre el ensayo, en el sentido de que el pensamiento se presenta humanizado a través de las caracterizaciones que el autor concibe. Así que es válido considerar a la literatura como una forma diferente de hacer y leer filosofía, ciertamente con una estructura menos rigurosa que el ensayo, pero no por ello menos nutritiva.
RESUMEN DEL ARGUMENTO
Laurence, una publicista felizmente casada, madre de dos hijas y con una posición económica acomodada, se siente insatisfecha. Tener un amante ya no le resulta excitante. La rutina se adueñó de su relación extramarital, convirtiéndola en una réplica de la que mantiene con su esposo. Su madre, una mujer mayor que mantiene una relación con uno de los hombres más acaudalados de París, la formó para ser perfecta y políticamente correcta. Ella también tiene una vida perfecta, una casa de campo y la admiración de la gente.
La aparente perfección empieza a desvanecerse cuando la hija preferida de Laurence empieza a tener pesadillas y gritar mientras duerme. La madre comienza a indagar en qué puede estarle robando la paz a su hija y descubre que el origen es la influencia de una amiga del colegio un poco mayor que ella, llamada Brigitte, quien la ha enfrentado con el mundo real y doloroso del que sus padres han querido apartarla. El esposo, preocupado, intenta separar a la hija de la “mala influencia” e incluso llevarla a ver a un psicólogo, pero Laurence se resiste a la idea de convertir a su hija en otra “bella imagen”. La protagonista prefiere una hija “real” a una hija modelada para parecer perfecta en su perfecto mundo burgués.
Paralelamente, la relación perfecta de la madre de Laurence, y su esposo también empieza a desmoronarse cuando éste la deja para casarse con una mujer mucho más joven que ella. Esto desencadena los celos desenfrenados de Dominique, quien primero es dibujada como una mujer fuerte e independiente, quien se sentía muy moderna y liberal al vivir feliz en concubinato, y satisfecha por haberse librado de su ex esposo, el padre de Laurence. Aunque durante toda la novela sólo recalca lo débil y pusilánime que le resulta éste, al verse sola y abandonada decide volver con él, aterrada por la idea de convertirse en una mujer sola. Con esto sólo logra que Laurence se decepcione de su padre, a quien consideraba la única persona capaz de ser auténticamente feliz en el mundo.
Otra historia que revela el punto de quiebre de la vida de la protagonista es la que mantiene con su amante, quien al principio le resultaba una aventura que llenaba su existencia de sentido, y que finalmente la hace concluir que éste tenía las mismas posibilidades de ser su esposo, que su verdadero cónyuge. De alguna forma, al aburrirse de su amante, se aburre de su esposo, a quien considera una costumbre, un individuo reemplazable, como lo puede ser cualquier hombre que esté en su vida.
Luego de una reunión social, Laurence insiste en manejar el auto para llegar a casa, con el argumento de que ella era mejor conductora que su esposo Jean-Charles. Por desgracia, un ciclista se atraviesa y la protagonista decide esquivarlo para salvarle la vida, aunque esto implicaría la pérdida de su vehículo. Cuando el carro se detiene, el esposo, en vez de preguntar si ella se encontraba bien, le reclama el haber reaccionado a favor del ciclista, ya que seguramente sólo lo hubieran lastimado, y en cambio ahora ellos se quedarían sin carro por varias semanas y tendrían que cubrir los gastos del accidente de su bolsillo. Si ella hubiera arrollado al ciclista, el carro hubiera sufrido sólo daños menores y el seguro a terceros que tenían hubiera asumido los gastos médicos del agraviado. Eso hace que la “bella imagen” de su marido se desvanezca, para revelarle a un ser frío, calculador y hasta ese momento desconocido.
LOS PERSONAJES
Laurence: Protagonista de la historia. Es el retrato de la mujer intelectual de la época. En su forma de pensar se revela el germen de la mujer de El Segundo Sexo. Se resiste a ser marginada por su género, aunque se debate entre el rol social que le fue asignado y sus verdaderas convicciones. Tiene independencia económica, es capaz de mantener una relación basada en el disfrute de los placeres carnales y se niega a permanecer sumisa ante las imposiciones de su pareja. Está dispuesta a educar a sus hijas para que sean mujeres “reales”.
Dominique: Personificación de la mujer burguesa. En apariencia, es otro tipo de mujer de las que nos introduce El Segundo Sexo, aunque al final de la historia sus acciones nos revelan que ese ideal de mujer exitosa e independiente no era más que una fachada, una bella imagen, ya que ella misma se concibe desde la otredad al considerar que una mujer sin un hombre está muerta socialmente.
Jean-Charles: El esposo perfecto. Un arquitecto burgués, exitoso, guapo, buen padre, buen esposo. Sin embargo se debate entre trabajar por menos dinero para el estudio de arquitectura de sus sueños o hacer modestas casas para el proletariado que le generarán mayores dividendos. En toda la novela revela su necesidad de sentirse el macho que provee para su familia, y quiere imponer su autoridad con relación a las decisiones sobre la crianza de las niñas.
Katherine: La hija preferida de Laurence. Es la “mujer” en proyecto que la protagonista evitar criar. Es una niña que lo tiene todo para ser feliz, sin embargo empieza a conocer las desgracias del mundo y la felicidad, a cuestionarse el por qué de la existencia, y al encontrarse con el hecho de que la muerte es inevitable es invadida por la angustia.
Brigitte: La mejor amiga de Katherine. Es algunos años mayor que ella, huérfana, y de una clase social menos aventajada. Está al tanto de las noticias, de las guerras, de la miseria humana y pareciera que su papel es hacer reaccionar a Katherine para que entienda que el mundo de fantasía donde vive dista mucho de la realidad.
El padre: Es una de las personas más importantes en la vida de Laurence. Fue abandonado por su ex esposa Dominique, quien constantemente lo recriminaba por ser débil y poco ambicioso. Es un hombre en apariencia feliz, que pasa los días leyendo los libros que siempre ha querido leer, con total desapego por los bienes materiales. Está siempre dispuesto a ayudar a su hija y a sus nietas, y critica el estilo de vida de Dominique, por considerarlo vacío y carente de sentido. Sin embargo, al final de la nouvelle deja ver la verdadera cara detrás del disfraz, al regresar sumiso con la mujer que criticó durante todo el relato.
El amante: Es un hombre muy similar al esposo de Laurence. Es un colega del trabajo y su romance inició en la oficina. Su conflicto se presenta al enamorarse de la protagonista y esperar que ésta deje a su marido para quedarse con él. Con sus medidas de presión sólo logra que su amante pierda el interés y acabe dejándolo.
El yerno: Hombre muy adinerado, con modales perfectos, buen gusto e impecable apariencia. Al principio pareciera ser dominado por su novia Dominique, pero finalmente la deja para casarse con la jovencísima hija de una amiga que tenían en común. Esta relación había iniciado en el pasado, y de hecho, éste también había tenido intimidad con la madre de su nueva prometida. Es un hombre frío y cobarde, quien no se atreve a decirle la verdad a Dominique, sino que busca para esto a Laurence, quien sin quererlo queda envuelta en el lío.
Marta: Es la hermana de Laurence. Es una mujer que se siente perfectamente cómoda con su rol. Es una mujer de Segundo Sexo felizmente marginada. Ella instroduce el elemento religioso en el relato, aconsejando constantemente a la protagonista que Dios es el camino hacia la solución de todos sus conflictos.
TIEMPO Y PERSONA DE LA NARRACIÓN
Una de las particularidades de Las Bellas Imágenes es precisamente su forma narrativa. Inicialmente, la posición de narrador es confusa, ya que salta de la primera a la tercera persona sin avisarle siquiera al lector. En líneas generales, es la protagonista quien cuenta la historia desde su perspectiva en primera persona, pero en ocasiones se refiere a sí misma como un tercero. Igualmente, salta de la narración en primera persona hacia el diálogo interior. Esto quiere decir que mientras se desarrolla una acción, los pensamientos y juicios de Laurence pueden colarse sin previo aviso. Esto hace un poco impenetrable el texto, sobre todo en el primer capítulo, pero al momento en que el lector descubre este artilugio puede seguir el hilo de los acontecimientos y encontrarse con una historia interesante.
Históricamente está ubicada en la década de los sesenta, aproximadamente a unos quince años del fin de la Segunda Guerra Mundial, lo que justifica la identidad de los personajes, sobre todo femeninos, en el mero inicio de su emancipación.
Con relación a la cronología de la narración es completamente lineal. Un hecho desencadena a otro, no hay saltos atrás en el tiempo, no hay flashbacks, simplemente una consecución de acciones que desencadenan en el final del relato.
VIDA VS. MUERTE
Como buena existencialista, para Simone de Beauvoir la muerte es simplemente lo que hace patente el sinsentido de la existencia. Aunque todos los personajes de Las Bellas Imágenes logran llegar con vida al fin de la historia, la presencia de la muerte es una figura latente. En un pasaje, el marido de Laurence afirma sentirse arrojado en el mundo y vivir la vida de un tirón. Es la muerte lo que atormenta a Katherine y le impide dormir plácidamente en las noches. Es la muerte de la madre de Brigitte –la amiga de Katherine– lo que le recuerda que un día su madre no estará, y que ella misma dejará de existir. La muerte se convierte en el ineludible acontecimiento que revela esa verdad que pone en crisis todos los soportes en los que la vida se asienta.
Simone de Beauvoir concibe la muerte a partir de la vida, pero de alguna forma se salva del vacío nihilista por conservar un vestigio de esperanza. Para Laurence su esperanza se fundamenta en la idea de corregir con su hija los errores que cometieron con ella al “convertirla en mujer” –remitiéndonos al concepto de mujer que planteaba la autora en El Segundo Sexo cuando afirmó que no se nace mujer, sino que se llega a a serlo–; esta meta se torna el sentido de su existencia.
Para entender lo que era la vida para Simone de Beauvoir a partir de Las Bellas Imágenes, podemos remitirnos al diálogo en el que Katherine le pregunta a su madre la interrogante inevitable: ¿Para qué estamos aquí? Ella le responde: “Estamos aquí para hacernos felices los unos a los otros”. Pero la hija pregunta nuevamente: “¿Entonces por qué hay gente que no es feliz?”. Laurence no encuentra respuestas porque sencillamente no las hay. Lo único claro es que tenemos un espacio y un tiempo de vida que debemos vivir –porque no tenemos alternativa–, y que ante la ausencia de respuestas a por qué estamos aquí, lo que nos queda es procurarnos una existencia lo más feliz posible.
Esta autora es atea, por esta razón no ve la vida como una oportunidad de trascendencia. Al desaparecer la idea de Dios, el hombre es convierte en nada y la vida queda reducida a una “nada” disfrazada de apariencia. La muerte convierte a la vida en una falsedad. A este respecto, el profesor Javier Guajardo-Fajardo Colunga, afirma en su ensayo El sentido de la Muerte en Simone de Beauvoir:
“El hombre ha de crear un sentido dentro del absurdo devenir de acontecimientos que no encierran nada; ha de originar desde sí un horizonte orientador donde no hay nada. El paso del desgarro por la desaparición de Dios, del hombre y de la naturaleza como referencias de sentido, a la audacia de la creación, de la puesta en juego de la libertad radical, que sólo se sostiene en su propia afirmación, es lo que rescata al hombre de la mala fe y lo introduce en lo que Heidegger denominaba una existencia auténtica. Pero si el hombre crea desde la nada, si todo valor, toda afirmación de sentido, todo intento de transformar la realidad en algo más que el sueño efímero de un ingenuo ser que creyó en la solidez del mundo; si todo esto tiene su origen únicamente en la libertad creadora, ¿qué puede legitimar un proyecto frente a otro? ¿En nombre de qué se puede discutir una idea que a primera vista puede parecer monstruosa? Este es el gran desafío aún no resuelto al que se enfrentan todos los humanismos nihilistas: cuando todo es nada, todo es igual. Dostoyevski sostenía que si Dios no existe todo está permitido, pero en el caso de que no sólo Dios, sino que tampoco exista la naturaleza humana, ¿qué autoriza a denunciar lo que la evidencia nos muestra como intrínsecamente malvado? La nada iguala todas las cosas como meras apariencias vacías y, por consiguiente, no hay razones de fondo para preferir unas a otras, salvo las arbitrarias inclinaciones afectivas. De hecho Beauvoir describe la completa indiferencia de su madre hacia todas las cosas poco antes de su muerte cuando afimró en una de sus obras ‘Me da lo mismo… Lo que me inquieta es que todo me da igual’”.
PESIMISMO VS. OPTIMISMO
Indiscutiblemente, el tono de la narrativa tiene una marcada tendencia hacia el pesimismo. Las contingencias son arrolladoras y la misión del hombre es tratar de lidiar con ellas. La angustia es la emoción predominante en esta nouvelle: la angustia de Dominique amenazada por su vejez, la angustia de Katherine agobiada por los males del mundo, la angustia del yerno por no poder afrontar un divorcio con madurez, la angustia de Laurence por sentirse parte de una vida construida como una escenografía fríamente calculada, la angustia de Jean-Charles por sentir su hombría amenazada, la angustia de la hermana por la crisis de valores religiosos, la angustia, la angustia, la angustia… Y lo curioso es que esta emoción no se acaba al final de la historia. De alguna manera el lector cierra la contratapa del libro con la sensación de que la felicidad es utópica, y que los seres humanos, independientemente de su condición social y económica, siempre se sentirán insatisfechos.
LIBERTAD VS. DETERMINISMO
Al reflexionar sobre la libertad y el determinismo en la obra de Simone de Beauvoir vemos que para ella, la naturaleza es un inmenso mecanismo que actúa ciegamente. Este mecanismo fue develado por la razón del hombre, quien está determinado a ella. Así, la libertad del hombre está delimitada por el entorno y las condiciones que lo circunscriben, pero dentro de su círculo tiene la libertad de decidir sus acciones. El profesor Javier Guajardo-Fajardo Colunga, en su ensayo El sentido de la Muerte en Simone de Beauvoir, se expresó al respecto:
“La naturaleza humana es contemplada como un concepto del pasado, como una hipótesis inútil; es sólo la proyección ideológica de un mundo culpable. ¿Qué es, pues, el hombre? En sentido estricto, algo indefinible, un ser sin esencia: existencia únicamente determinada por su propia libertad… El hombre es conciencia abierta al mundo, una conciencia que ha de construirse a sí mismo libremente frente a existencias que se agotan en su apariencia”.
En Las Bellas Imágenes la autora revela que en su mundo filosófico lo único esencial en la vida del hombre es la contingencia. Él está condenado a construir su propia vida y a darle sentido a las cosas, ya que no tomar decisiones no es una opción. La realidad obliga al hombre a ser libre, aunque a la vez lo condiciona. He allí la raíz más profunda de la angustia y el miedo del ser humano.
BIBLIOGRAFÍA
De Beauvoir, Simone. Las Bellas Imágenes.